Friday, August 9, 2013

El almuerzo/ la cena.

El almuerzo.

No sabía que le había motivado a proponerle un almuerzo. Ni a llamarle en la madrugada de las elecciones en Venezuela.  El Consejo Nacional Electoral anunciaba los resultados por Telesurtv y sonó el teléfono. Era Micaela.

Diego, en fin, loco, enamorado y no correspondido por ella, accedió.  Luego de haberse dicho tanto,  de haberse amado un tanto complejamente y de haberse distanciado por iniciativa de ella,  él buscaba excusas para no amarle tanto.

“Hay que aprender a perder con elegancia, a no ser un pesado”, le decía a Alejandro a Diego entre medalla y medalla en el Boricua, mientras hacían alarde de su conocimiento de la situación política venezolana y de cómo manejar este tipo de situaciones con las chicas.

Así mismo, se repetía Diego desde antes de montarse en su auto, y antes de que le pusiera a Ismael Serrano, quien venía en concierto y le encantaba.

Él le propuso ir a su restaurante de sushi habitual en la Avenida Central.  Cuando llegaron, les recibieron. “Puede proceder a su mesa”, dijo el dueño del restaurante en la recepción. 

-“¿Vienes a menudo?”, preguntó Micaela, haciendo abstracción de lo obvio.  Él no contestó.  Estaba anormalmente callado.

Se sentaron en una esquina. Hablaron de la política local, internacional, del oportunismo, de sus empleos. Diego, decía con toda seguridad que Maduro se tenía que ajustar las botas, y que a Capriles sólo le quedaba su legítimo derecho al pataleteo, o la guerra civil con el resultado de que la burguesía fuera brutalmente aplastada en Venezuela.

Micaela decía que el Miso Soup que compartían, y los Miso Soups engeneral, sabían a lo que saben los pies. “¿Cómo sabes a qué saben los pies?”, le increpó Diego como si estuviera deponiéndole.  “No se, pero me lo puedo imaginar”, dijo ella, chupando de la cuchara esa rara de los restaurantes de sushi. Rieron.

Él pidió lo mismo de siempre. Nunca importa con quien andara, o si bien consigo mismo, era animal de costumbre.  Sashimi de salmón, sea weed salad, y par de rolls de sushi.  Micaela, incisiva como su mirada,  se lanzó al charco.

-“Tu debes pensar que yo soy una pendeja”.  Por no corresponderle, quiso decir. 

-“No necesariamente”. Le contestó, sujetando los palitos entre los dedos.  Se dibujó una sonrisa de esas de disimular el quebranto y le dijo: “Más bien eres una cabrona. Para bregar y no ser tan grosero,  eres una cabronsita”.

Ella casi se atraganta con un sashimi de salmón.

Él se quedó pensando que a veces somos peores perdedores de lo que fue Capriles en Venezuela.

La Cena. 

Pasaron los meses y Diego entraba solo a Kimpo Garden, después de dejarle las llaves del carro al valet. Pidió una Sapporo alante, para saciar la sed.  Ya no era tanto un animal de costumbre. Pidió un Seaweed Salad, y una combinación de mongolian beef para matar un hambre no apta para el sushi.  Ahora bien, se sentó en la misma mesa.  Esa era su mesa.  Era curioso como todo cambiaba, y todo seguía igual. Como en el almuerzo, estaba mal.

Cual escuálido venezolano, no podía parar de pensar en como dar ese golpe de estado.

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